Necesitamos biografías


C
Uno de los libros, entre varios otros, con los que inicié mi carrera literaria, cuando apenas hacía bachillerato en el Colegio Nacional Simón Bolívar de Garzón, fue una biografía que encontré en la biblioteca y que nadie nunca había leído. Necesitaba escribir un artículo sobre la poesía de José Asunción Silva para el profesor de español y literatura Antonio Navarro, un estudiante santandereano de medicina que había abandonado sus estudios y había encontrado en la enseñanza de la literatura una opción apostólica, como lo era ese reducto episcopal del sur del Huila. La biografía, cuyo título no recuerdo, era de un historiador, creo que bogotano, llamado Alberto Miramón, y hoy la recuerdo como una explicación de la obra literaria del poeta bogotano a la luz de todo lo que le había sucedido a Silva, incluidos, por supuesto, los pasajes referentes a su hermana. No recuerdo si escribí el artículo o di la “lección”, pero jamás he olvidado la biografía y las deliciosas horas que pasé, en medio del calor sofocante del pueblo, entretenido con su lectura.
Y a raíz de las biografías, hace poco –y cómo que han pasado los años y seguimos hablando de lo mismo- le comentaba a mi amigo y sucesor en mi anterior cargo de director del Departamento de Humanidades y Letras, hoy de Creación Literaria, de la Universidad Central, el narrador y pensador Roberto Burgos Cantor, que siendo Colombia un país sin biografías (por tanto, sin memoria, como en efecto lo ha sido), debiéramos nosotros, desde la Universidad Central, desde el nicho de Creación Literaria, incentivar, motivar, aplaudir la investigación y la escritura de biografías, comenzando por nuestros propios escritores, que salvo contadas excepciones, siguen sin ser contados,  relatados, memorizados, fichados, biografiados, ficcionalizados (porque toda biografía no deja de ser una ficción, como lo es toda la historia). Pero debiéramos escribir, narrar, contar, no sólo la vida de los escritores: allí están, también, los científicos, los deportistas, los estadistas, los artistas, los empresarios, las organizaciones sociales, las gentes del común, etc. La biografía, además, como género literario, da para escribir desde cosas sencillas, un relato biográfico de corto alcance, hasta mamotretos sesudos, como lo acostumbran ingleses y gringos, investigaciones que exigen miles de pesos y muchísimos años. (Acabo de hojear, por ejemplo, sólo ojear, las 475 páginas de la biografía David Foster Wallace. Todas las historias de amor son historias de fantasmas, escrita por D. T. Max). Los estudiantes de Creación Literaria deberían, antes de escribir una novela o un libro de cuentos, investigar y dedicarse a escribir biografías, bien escritas, bien narradas, bien estructuradas, con arte literario.

Todo esto se me ha ocurrido porque hace unos meses, en las madrugadas, enchufado del todo, casi que con afán, leí una biografía de mi amigo escritor, periodista del diario El Espectador, Nelson Fredy Padilla, sobre un fenómeno del deporte colombiano, nuestro James Rodríguez. Apareció en 2014 con el sello Aguilar del grupo editorial Penguin Random House, en Bogotá. Se llama James, su vida. Tiene la ventaja de ser una investigación biográfica en caliente (sin tener que hacer excavaciones, ni interpretaciones antropológicas, ni utilizar métodos sofisticados; y lo digo porque es usual en Colombia decir que los acontecimientos deben estar en la lejanía para poder escribir sobre ellos). Nelson Fredy se fue a las raíces del mito naciente y nos entregó, con habilidad y agilidad, las coordenadas de una vida que pronto se ha convertido en un nudo de interrogantes. Allí está James Rodríguez y su biógrafo (primera parte). Para leerlo como si fuera una pequeña novela. La ficción hecha biografía, hecha realidad.

Comentarios

  1. Excelente idea para rescatar un gènero que camina entre la historia y la literatura. He gozado mucho con la escritura de cuadro libros de biografìa: Leòn de Greiff en el paìs de Bolombolo, Jorge Eliècer Gaitàn el fuego de una vida, Toto la Momposina la memoria del tambor y Roberto Triana o la memoria del documental
    Àlvaro Miranda

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