Mona Friedrich (1995-2014)

Mona Friedrich
A quince días del accidente del bus de Cootranshuila que hacía la línea entre Neiva y Bogotá, serán ya muy pocos –salvo los parientes de las víctimas- quienes lo recuerden. A mí, sin embargo, no se me sale de la cabeza. Esa larga carretera que une la capital de la república con el extremo sur del alto Magdalena, esa carretera de sueños (no se si la pirámide del Pacandé en la punta de la recta, es realidad o fantasía), que conozco de memoria desde cuando estaba aún sin pavimentar, hace parte de mi territorio espiritual. Muy pocas veces he realizado ese recorrido en avión, a pesar de lo extenuante que resulta hacerlo en carro. Lo hice sí, entre Neiva y Bogotá, cuantas veces pude, en tren. Pero el tren fue otra ilusión de la república que rodó en el acantilado de los intereses privados. Hoy, el avión, en ese tramo, resulta, todavía, demasiado caro (carísimo si se compara con otros itinerarios similares en el país). De ahí que la vieja y placentera carretera –que algún día llegará a ser, desde Neiva, una avenida de dos carriles con separador arborizado-, siga siendo la mejor opción para salir del sur y entrar al centro que siempre ha sido nuestro norte huilense.
        Sin embargo, al recordar la carretera madre de mi memoria, el accidente sucedido en su último tramo, a 70 quilómetros de Bogotá, me ha llevado a otro tema, para mí angustioso. Y no me refiero al infierno que significa el transporte público en Colombia (más si se compara con cualquier país del mundo). Me refiero a un tema, que apenas tocaré. Siempre que salgo a descubrir las entrañas y las perplejidades que suele tener el mundo en su inmensa diversidad, y me alejo lo suficiente como para no tener un regreso inmediato, me asalta la presencia de un fantasma. La muerte fuera de mi país. Lo pienso y lo he vivido cada día desde que he tenido a una hija recorriendo mundos tan remotos y ajenos a nosotros. A partir de la generación que nos siguió, los muchachos salen de Alemania, de Colombia o de Corea, y toman el mundo como una fácil colcha de retazos. Lo andan, lo nadan, lo navegan. ¿Cuándo supo Mona Friedrich de Colombia? ¿Sabía que las estatuas de San Agustín las tenía, también, en un museo de Berlín? ¿Por qué escogió el español como su segunda lengua? ¿Dejar el villorio de Philipsburg por otro llamado San Agustín, a un día de avión y otro de carro salvaje? ¿Sabía que Preuss había estado acá? ¿No sabía de nuestras maldiciones? Mona, de todos modos, te arriesgaste e hiciste tu vida. Nosotros hicimos tu muerte.

(Publicado en Diario del Huila, Neiva, 22 de febrero de 2014)

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