El arte de Sanagustín (1)

Tenemos que aprovechar cualquier fecha para volver sobre la importancia, muchas veces inadvertida o postergada, de las riquezas de nuestros patrimonios artísticos y culturales nacionales. Colombia los tiene al por mayor, pero razones de diversa índole -que no es el caso mencionar ahora-, suelen ocultárnoslos. Y por eso, con mucha frecuencia, vemos los del vecino e ignoramos los nuestros. O, simplemente, no los vemos. Siempre he dicho, por ejemplo, que en Colombia la existencia del parque arqueológico situado al sur del casco urbano del municipio de San Agustín, en el departamento del Huila (en Colombia, no en México, como creen algunos extranjeros), se ha invisibilizado en todos los sentidos, tanto por locales como por nacionales e internacionales. Parte de esa existencia menos que fantasmal (al fin y al cabo los fantasmas existen), obedece, en buena parte, a que, desafortunadamente, el parque tomó el mismo nombre del municipio, calificando un arte aborigen con un nombre opuesto a su propia naturaleza. Pero la invisibilidad obedece, también, a dos causas más: los antropólogos y arqueólogos, que son quienes excavaron y dieron nombres, no han sido apoyados en sus estudios por historiadores, teóricos y críticos de artes visuales. Entonces, lo que podría ser arte religioso, se queda en la categoría de un sarcófago o en las explicaciones representativas de mitos y rituales, sin llegar, por ejemplo, a la dimensión de una obra de arte tridimensional como la escultura, no importa su formato (pequeña, mediana o grande). Así, el arte en piedra (tan válido como en bronce o en mármol), un busto, un monumento, una escultura, se convierte en una simple y peyorativa "estatua". Pareciera que, de otro lado, a nadie le interesaran las estatuas, si, por ejemplo, así hubieran llamado los mexicanos a sus gigantes cabezas olmecas. Una esfinge egipcia no es una simple estatua. Si a eso le sumamos la falta de estudios histórico-artísticos de la inmensa obra lítico-escultural que reposa en las colinas del alto Magdalena (ni profesores, ni estudiantes poseen un libro o un manual de historia que les permita acercarse a ese inmenso número de increíbles pero tangibles representaciones del arte de nuestros no muy remotos parientes, quizá porque no lo ha escrito un extranjero), la invisibilidad se hace casi insuperable.
A todo lo anterior, debemos agregarle otro factor que puede ser consecuencia obvia. Si nos hemos perdido en la conceptualización del arte aborigen del alto Magdalena y donde hay una escultura vemos sólo una piedra rayada, si nuestra riqueza está en la imponderable obra manual de unos artistas que inauguraron el arte en la "calle" cientos de años antes que nosotros, y no reside en la monumentalidad de la naturaleza geográfica, como sucede con la urbe de Machu Pichu -que en lo estrictamente artístico manual tiene poco-, entonces, ni gobiernos, ni particulares, le paran bolas. Por eso, en la llegada internacional de Eldorado o en la salida de Bogotá al sur, ni en el mismo Huila, nunca ha existido nuestro mejor museo internacional de arte visual, el llamado Parque Arqueológico de San Agustín, que yo llamaría de Sanagustín para distinguirlo del pueblo y del santo de Hipona.


(Publicado en Diario del Huila, Neiva, 28 de septiembre de 2013)

Comentarios

  1. Totalmente de acuerdo, Isaías. Un articulo interesante que debemos hacer que circule de mano en mano para provocar la reflexión sobre lo nuestro

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