A propósito del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá

A propósito del XIII Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá: Del teatro teatro a las artes escénicas

Una argumentación razonada deja entrever un cierto hastío frente a un evento pantagruélico. Mejor sería una dosis moderada de teatro de verdad combinada con otros espectáculos escénicos a lo largo de todo el año.
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Teatro clásico, reglas definidas
En el ámbito de las artes siempre se vive provisionalmente en un punto determinado de su desarrollo, avizorando la meta siguiente. Por ejemplo, desde su nacimiento, el teatro ha estado sometido a esa rutina y con frecuencia quienes lo disfrutan preferirían no tener que abandonar un momento específico de ese desarrollo. Surgen, entonces, las diferencias frente a la naturaleza misma del arte.
En la época de Aristóteles, el teatro griego adquirió una dimensión especial, que él mismo definió y clasificó. Un mito se convertía en una manera artística y fácil de reflexionar colectivamente sobre los problemas sociales o individuales de la comunidad mediante una acción representada por actores en un escenario y acompañada por coros.
En esa representación primaban parlamentos y acciones limitados a un escenario rodeado de espectadores. Allí todos veían sus propias contradicciones y acompañaban a los actores hasta el final fatal, que se sufría o se gozaba, sin que pudieran escapar al designio de los dioses. Fueron las distintas etapas del teatro griego clásico: Esquilo, Sófocles, Eurípides o Aristófanes.

Ahora artes escénicas
Pero el teatro, como todas las artes, se fue transformando y a finales del siglo XX se fusionó con otras manifestaciones artísticas y con otras formas escénicas. Como lo harían también la música y la pintura. Del teatro pasamos a las artes escénicas.
Y, en ese momento, los asistentes a las salas de teatro se dividieron entre quienes querían y quieren teatro teatro, y quienes aceptan o prefieren las nuevas formaciones y formulaciones escénicas.
Las fusiones del teatro con la música, la danza, la pintura, el cine y los audiovisuales, el circo y los escenarios de boxeo y lucha libre (pienso que aún quedan algunos escenarios que podrían aprovecharse como las galleras o los hipódromos) no fueron los únicos cambios: se sacó a los espectadores de las salas y se los puso en plena calle, por ejemplo. A propósito, cabe recordar cómo algunos teatros griegos se construyeron al aire libre, sin perder nunca la gradería y con un escenario delimitado abajo, al fondo.
Si nos propusiéramos hacer un inventario de las artes escénicas que hoy hacen se clasifican como parte del teatro, la lista resultante sería larga. Muchos nombres nuevos van apareciendo cada día y en cada festival la lista se alarga aún más. Algunos nombres suenan extraños y estrambóticos (procuro olvidarlos). Otros tienen afinidades ciertas y se han convertido en nuevos géneros teatrales. La danza–teatro, por ejemplo.
Pues, a propósito del XIII Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá (FITB), que culmina al terminar la Semana Santa, este tema ha provocado una intensa polémica. No hay duda de que nuestro festival, al sumar teatro propiamente dicho a todas las variedades escénicas que se han traído, puede ser uno de los más grandes del mundo. Pero, ¿no habrá dejado de ser un festival de teatro para convertirse en un festival de artes escénicas?

De la acción dramática a los malabares
Y es que la diferencia comienza a notarse. No me refiero al crecimiento natural del género teatral. No me refiero a un montaje de época, a uno moderno, a una variación en las relaciones del argumento original: como puede haber sucedido con Casa de Muñecas, de Enrique Ibsen, en una nueva propuesta del grupo alemán Teatro Oberhausen, dirigido por Herbert Fritsch, o con Esperando a Godot, de Samuel Beckett, en un montaje contemporáneo del grupo rumano Teatro Nacional Radu Stanca de Sibiu, dirigido por Silviu Purcarete, o a una versión que venga de una obra literaria, como en el caso de José Saramago con su novela Ensayo sobre la Ceguera, montada por el grupo KTO, bajo la dirección de Jerzy Zon, o de una obra cinematográfica.
No se trata de amarrarnos a un canon que determine la teatralidad del género. Lo preocupante ha sido que el Festival haya comenzado a privilegiar todo lo que pasa sobre un escenario – tal vez porque produce emoción, escalofrío o pasión – como si fuera teatro de verdad.
Cuando los parlamentos o el silencio, en medio de una acción dramática, entre unos y otros actores, comienzan a ceder frente a las maromas o a los malabares, los zancos o los guantes de boxeo, los trapecios o las barras de strip tease, quiere decir que nos hemos olvidado del teatro, que nos aburre el teatro, o que ya no nos interesa el teatro.
La opción que sigue es asistir a un concierto donde actúan unos artistas que no son de teatro, a una magnífica presentación del Circo del Sol, a una pista de hielo con música que permita a un actor deslizarse sin pretender hacer teatro, a un carnaval en Pasto o Barranquilla...

Mejor evitar la indigestión
Desde hace algunos años, ese ha sido uno de los puntos frágiles del Iberoamericano: para evitar quiere darle una dimensión que corre el riesgo de perderse en las indefiniciones de las artes escénicas (donde todo lo que pase por un escenario resulta válido), podría pensarse en dividirlo: una convocatoria para ver teatro, y otra para artes escénicas.
Y así nos evitaríamos la confusión del momento, que resulta doble:
•para quienes comienzan a formarse como espectadores, porque van a pensar que el teatro es cualquier espectáculo de calle, con maracas y panderetas, cualquier carrera de pista, o un video musical con hielo pulverizado a discreción;
•para quienes quisiéramos ver teatro y nos perdemos en una programación caótica, con títulos engañosos, con grupos ambiguos, con puestas en escena de doble fondo, donde de todo se va a ver, menos teatro.
Siempre he pensado que siendo el Festival Iberoamericano de Teatro una de las fiestas más grandes de nuestras artes escénicas, paradójicamente tiende a producir un efecto perverso: es tan grande que pareciera matar el gusto y la asistencia a las salas durante los siguientes dos años; todos quedan ahítos de teatro y se preparan para volverlo a ver solo dentro de dos años.
Esto produce un efecto negativo en el teatro nacional: el público que ha invertido todo su dinero para ver teatro en quince días, espera ahorrar para poder volver a ver teatro en el siguiente festival.
La prensa colombiana — tan pronta para apalancar el show grande y tan sorda frente a la cultura cotidiana, al teatro de la semana, al de la sala que debe mantenerse viva cada uno de los 365 días del año — deja de interesarse por los estrenos teatrales del mes. Pasado el extraordinario Festival Iberoamericano de Teatro, nunca volverán a registrar ni obras, ni dramaturgos ni directores y menos a los actores (que dejaron de existir para la prensa colombiana hace 40 años, porque sólo son actores los de la farándula de la pantalla pequeña).
Tal vez, el Teatro Nacional y las salas del Teatro Mayor Julio Mario Santodomingo y las demás de Bogotá, deberían pensar en convertir el año entero en un festival permanente, sin sobregiros y sin taquillas imposibles, con horarios cómodos, con divulgación apoyada por los medios de prensa, y con diferencias evidentes entre teatro, artes escénicas y otros espectáculos escénicos semiteatrales.

* Escritor.
@isaiaspenag


(Publicado en la sección "Artes y libros" de http://www.razonpublica.com/, semanario digital de la Fundación Razón Pública, el 1 de abril de 2012).

Comentarios

  1. Estoy de acuerdo, tal vez no sería descabellado pensar en descentralizar el festival y llevarlo a otras ciudades, tal vez estimularía la creación de escenarios culturales en otros municipios distintos a la capital...

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  2. Tocas puntos muy interesantes Isaías, de eso se trata, de educarnos a los espectadores, de intentar aclarar el panorama, establecer diferencias. Sin duda estamos deslumbrados ante tanta acrobacia y poco interesados ante el acto dramático. De igual forma es importante recordar que nuestro teatro no sólo se circunscribe ante un festival, cada vez más elitista y lejos del pueblo. Necesitamos un festival de teatro más pensado para la gente.. Saludos!!

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